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[FOTOS] Los mejores momentos en la historia de amor entre el príncipe Felipe y la reina Isabel

En 1946 se comprometieron en secreto y, aunque finalmente su decisión no agradó a la familia de la novia, el rey Jorge VI, pudo comprobar que su amor era verdadero.

Un matrimonio longevo y bien avenido tiene beneficios para la salud de sus miembros; tanto a nivel físico como emocional. Una de las uniones más longevas, y también conocidas a escala mundial, ha sido la del matrimonio entre la reina Isabel II y el príncipe Felipe que sumó 73 aniversarios de boda y muchos buenos momentos.

La Reina Isabell II, cuando tenía 8 años, asistió a la boda de los duques de Kent,  en la que vio por primera vez a Felipe, que en ese entonces solo tenía 13 años. Eran solo unos niños, sin embargo, el destino estaba escrito para que se reencontraran 5 años después y ya jamás se separaran.

El 22 de julio de 1939, cuando la aún princesa Isabel coincidió con el joven y apuesto Felipe que acaba de cumplir 18 años, en la academia naval de Darmouth, Inglaterra. Según el historiador real, Christopher Warwick, el romance creció: “La princesa Isabel a los 13 seguía vistiendo calcetas cortas de color blanco y el abrigo que combinaba con el de su hermana Margarita. Felipe tenía 18. Él ya tenía novias”.

En 1946 se comprometieron en secreto y, aunque finalmente su decisión no agradó a la familia de Isabel ya que tenía lazos con la Alemania nazi, su padre, el rey Jorge VI, pudo comprobar que su amor era verdadero, así que les dio permiso para casarse y anunciaron su enlace oficialmente el 9 de julio de 1947. La suya fue la primera Boda Real desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, de modo que se convirtió en una gran fiesta también para los ciudadanos. Una romántica y multitudinaria ceremonia que se celebró el 20 de noviembre de 1947 en la Abadía de Westminster, Londres.

La historia detrás del anillo de compromiso de la reina Isabel II

La Reina de Inglaterra tiene las joyas más impresionantes a su disposición, pero hay una sola pieza de la que nunca o muy rara vez se separa: su anillo de compromiso de diamantes de tres quilates. Lo que enamora a su dueña no es la calidad de las piedras preciosas, sino la bella historia detrás de él.

El príncipe Felipe sin reino y sin fortuna buscó una pieza acorde a la posición de su dama y con un valor sentimental. Los diamantes que siguen resplandeciendo hoy en mano de la reina Isabel, una piedra central flanqueada por 10 diamantes, procedían de la tiara de la boda de la madre del príncipe Felipe, la princesa Alicia de Battenberg. La madre de Felipe sacrifico su tiara para ayudar a su hijo a crear el anillo de sus sueños. El Príncipe trabajó codo con codo con el joyero londinense Philip Antrobus Ltd. en su composición y, aún más, seleccionó algunas piedras más de la misma diadema para reconvertirlas en un brazalete que regaló a la reina Isabel por su boda.

La promesa de amor del príncipe Felipe

Para el príncipe Felipe su primera promesa a la reina Isabel de cara al matrimonio no fue: Te amaré hasta que la muerte nos separe. Esa fue al día siguiente, y segunda por tanto. La primera era tan importante o más para la novia, era tan exigente o más para el novio: dejar de fumar antes de darse el sí, quiero. El encarecido ruego era del todo comprensible dadas las circunstancias. El padre de la Princesa luego soberana, el rey George VI, sufría un cáncer de pulmón, enfermedad de la que fallecería cinco años después. El Príncipe tiró el cigarro y lo hizo además en tiempo récord, de un día para otro, la víspera de su boda. Porque para el amor no hay nada imposible.

La vida de recién casados del príncipe Felipe le regaló a la reina Isabel II 

El príncipe Felipe fue nombrado Segundo Comandante de la Armada en Malta en 1949 y allí hizo realidad la ilusión de la reina Isabel: una vida de recién casados como la de cualquier otra pareja, ajenos al resto del mundo. Ella era simplemente la Duquesa de Edimburgo y hacía lo mismo que las demás esposas de los oficiales: iba al salón de belleza, tomaba baños de sol y salía con Felipe al anochecer. Despertó de aquel sueño tres años después. Aunque, como las golondrinas de Bécquer, siempre vuelven.

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